De aquí arranca el caos, con el primer relato...



¡Bienvenidos al caos de Analía!

¿Listo para entrar al laberinto? Aquí no hay reglas, solo confusión y enigmas. Cada paso te aleja más de lo que conoces... o te acerca a un nuevo tipo de sentido. Quién sabe.



Analía1 se enamoró una tarde de otoño, cuando el sol ya estaba cansado de brillar, pero aún no había decidido apagarse. Ella, en su eterna búsqueda de lo incomprensible, conoció a alguien que la dejó perdidísima. Pero, claro, no era un amor cualquiera. Era el amor imposible, el que solo se da en los libros raros que no sabes por qué te atraen tanto.

El tipo no tenía nombre, o sí, pero no era el que ella recordaba. O, mejor dicho, era un nombre que solo ella podía pronunciar de una manera que nadie más entendía. El tipo, que no tenía cara (pero ella estaba convencida de que la tenía), se aparecía en los momentos más extraños: en una tienda de zapatos, en el pasillo del supermercado, entre las hojas caídas de un parque. No importaba el lugar, lo que importaba era la sensación de que él nunca estaba del todo ahí, pero tampoco completamente ausente.

Una vez, mientras se tomaba un café con él (o con alguien que parecía él, o con alguien que nunca existió), le preguntó: “¿Por qué nunca me miras a los ojos?” Y él, sin mirarla directamente, le respondió: “Porque si lo hiciera, me perdería en tus preguntas”. Analía1 no entendió nada, pero le fascinó. Y ahí empezó el juego. Nunca preguntó por qué no lo entendía, porque ese era el punto.

A veces se encontraba escribiéndole cartas que nunca enviaba. Cartas llenas de nubes, de lunas rotas, de cosas imposibles. En una, le dijo: “Te amo como se ama a un misterio sin solución”. Y en otra, “Si me miras a través del cristal, ¿me verás en todos los reflejos que no existen?”. Lo peor de todo era que él nunca respondía, pero ella estaba convencida de que entendía todo lo que no entendía de él.

Una noche, mientras paseaban por la calle, ella le dijo: “¿Sabías que en el universo hay más galaxias que estrellas?” Él la miró, pero como no tenía ojos, se limitó a sonreír con el alma. Y ella entendió, porque en ese instante, todas las preguntas que no había hecho se disolvieron.

¿Qué pasó al final? Nada. Absolutamente nada. Analía1 no necesitaba respuestas. Se había enamorado de lo que nunca podría comprender, y eso era lo más divertido. Porque en el fondo sabía que el verdadero amor es un caos al que nadie tiene acceso, ni siquiera ella misma.




Y así, con un solo pensamiento atrapado en su mente, la enamorada entendió que a veces el amor solo tiene sentido cuando no tiene sentido. ¿Y tú? ¿Te atreves a continuar este viaje? Si quieres ver cómo lo hace la siguiente, sigue el enlace a la siguiente Analía...



Siguiente Analía:

(¡Abran paso! La siguiente llega sin palabras, solo emociones que no sabe descifrar.)



Texto generado por ChatGPT en respuesta a interacciones personalizadas.
Cortesía de OpenAI.
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